! Que bella es la vida !

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Año 2000 en su casa de Paris

mercredi 10 décembre 2008

La Librería Española en París

Entrevista por Félix Santos

Abre sus puertas a la rue de Seine, en pleno Barrio Latino. A un paso de Saint-Germain-des-Prés y de la Sorbona. 6.º arrondissement, en el corazón del París cultural. Quienes padecimos los ayunos y abstinencias culturales de los ya lejanos años vividos bajo el franquismo, recordamos la Librería Española como uno de los lugares de peregrinación, como lo era la desaparecida Maspero, en nuestras acuciadas visitas a París, en las que nos surtíamos de cuanto en España estaba prohibido. Lo que probablemente no sabían los españoles que entonces acudían a la Librería Española, ni los que siguen acudiendo a ella ahora, es que se trata de una librería que tiene una larga historia que forma parte del dramático capítulo del último exilio español tras la Guerra Civil. Un capítulo dramático, ciertamente, pero en el que abundaron personas y comportamientos admirables.

«Los españoles dan los pasos de nuestro tiempo con una alegría que no se encuentra en otros sitios», dice Antonio Soriano.

En la trastienda de la librería, situada en un altillo con ventanas a la rue de Seine, he conversado largamente con su dueño, Antonio Soriano, un español que aunque lleva más de cincuenta años fuera de España, y por lo tanto ha vivido mucho más tiempo fuera que dentro, sigue sintiéndose esencialmente español. Él lo explica con palabras bellas, con una cita de Machado:
«Mi patria es la tierra que yo labro, no la tierra que yo piso».
«Y yo estoy aquí -afirma Soriano- labrando por España desde que crucé la frontera».

La conversación, ante un pequeño magnetofón que graba las palabras pero que nada puede hacer para registrar la envolvente placidez del interior de la librería en la ya plácida tarde del verano parisino, se inicia con mi requerimiento para que cuente, a grandes trazos, cómo nació la Librería Española.

Es una historia larga. Yo vine a Francia en el 39 como emigrado político. En aquel tiempo, todos los españoles que cruzamos a Francia al término de la Guerra Civil, fuimos internados en los campos de refugiados. Estuvimos en un campo nueve meses. De ahí nos sacaron para trabajar cuando comenzó la Guerra Mundial en septiembre. Francia movilizó todas las quintas. Nosotros quedamos como reserva de mano de obra. Si no hubiera habido guerra, seguramente hubiéramos seguido en los campos. A mí me mandaron a un Departamento cercano a París, Bourges, para trabajar en agricultura. Y allí estuve hasta que llegaron los alemanes. Cuando llegaron los alemanes, me largué hacia el sur, como muchos, como todos, huyendo de ellos, huyendo de la guerra. Huíamos a pie, como podíamos, por las carreteras. Así llegamos a Toulouse dos meses después. Toulouse se llenó de españoles, hasta el punto de que después se diría que era la capital de la República española.

¿Fue en Toulouse donde se inició como librero?
Llegado el momento de la liberación, hubo gente que optó por continuar la guerra en España, por hacer la guerrilla. Otros pensamos que creer que se podía terminar con el régimen con la presencia de unos cuantos guerrilleros denotaba un despiste de información. Yo opté por quedarme en Toulouse para rehacer un trabajo que permitiera tener nuestros conocimientos sobre la realidad de España a punto. Montamos un Centro de Estudios Económicos para realizar cursos sobre la economía española, la historia de España y la historia de la Guerra Civil. Hicimos también un curso para poner al día la lengua catalana, perseguida en los primeros tiempos del franquismo. Vino el propio Fabra a nuestro centro e inauguró la primera lección.
Vista la pluralidad de tendencias entre los españoles, abrimos la tribuna a todos en un ciclo sobre «El camino de la liberación». Intervino un libertario, un comunista, un socialista, un catalán..., yo conservo todavía la publicación de esas conferencias a las que acudían tres o cuatro mil personas. Se trataba de contrastar las opiniones, porque el republicano tenía una opinión, el anarquista otra, en fin, estábamos en un exilio y el exilio no había borrado los rasgos de nuestras proclividades políticas. Nosotros éramos muy jóvenes y teníamos muchas raíces de carácter político y muchos contenciosos con los viejos partidos...

¿Qué edad tenía usted en el 39?
Veinte años tenía cuando pasé la frontera. Claro, nosotros habíamos sido movilizados con nuestras quintas, porque estábamos en la zona republicana. Y al llegar aquí, vino la hecatombe de Francia también y, claro, quisimos hacer una revisión de todo nuestro pensamiento respecto a España. No teníamos noticias de lo que pasaba en España. Yo dije, mira, la única actuación que a mí me parece la más profunda, la más duradera y la más eficaz, es la revisión de nuestra mentalidad. Vamos a poner en claro eso para poder actuar. Entonces montamos en Toulouse aquel centro que quedó sometido a las presiones de entonces, que había unas pasiones feroces. Todo el mundo quería meter allí su contrabando. Aquí te meto yo mi topo. Entonces dijimos, líos no, aquí, nosotros no queremos hacer un movimiento político ni mucho menos. Entonces, transformamos aquel centro cultural en Librería Española. El mismo local de Toulouse en el que tenían lugar las conferencias, reuniones y conmemoraciones, lo transformamos en librería, y empezó a funcionar como una librería.

Imagino que con muchas dificultades económicas.
Las fronteras con España estaban cerradas, pero las universidades ya funcionaban en Francia con normalidad, año 1946. Entonces en Toulouse no había libros españoles. Qué hacíamos. Cogíamos libros franceses y nos íbamos a Andorra y allí hacíamos trueque por libros españoles. No teníamos dinero ni nada. Dábamos libros franceses y cogíamos libros españoles. Recuerdo que el librito sobre la civilización española, del Instituto Gallach, aquel librito pequeñito, que en Andorra había a miles, yo los traía a Toulouse y los vendíamos enseguida, porque era una pedagogía fundamental para cualquier persona que quisiera saber algo sobre España. Y las obras de Blasco Ibáñez, por ejemplo, las compraban enseguida, porque en Francia venía en los programas de los liceos y universidades.

¿Cuándo trasladó la librería a París?
En el 47, Cassou y toda la gente que conocíamos del periodo de clandestinidad durante la Guerra Mundial, toda la gente que, como nosotros, había huido de París al entrar los alemanes y se había establecido en el sur de Francia, regresaron a París. Y yo me dije, pues yo no me quedo en Toulouse. Mi socio se quedó y yo me trasladé a París con las manos en los bolsillos y un maleta llena de libros.

A la ventura
Yo estaba loco en aquel tiempo seguramente. Pero fue una aventura extraordinaria. Llegué a París y fui acogido en la casa de la familia de Buñuel. Buñuel estaba casado con una francesa, Ricarde, y vivían en una calle de aquí al lado, la rue Mazarine. La cuñada de Buñuel había sido secretaria de la Librería Española de siempre, de la rue de Lussac, Sánchez Cuesta, de la Llave, los libreros de siempre que surtían de libros a la Sorbona que está enfrente. Yo me metí en casa de Buñuel, en un primer piso donde me dejaron una habitación pequeñita. Yo sólo tenía entonces un carnet de estudiante. No tenía dinero, ni tenía nada. Para comer nos íbamos a comer a un cuartel de las afueras de París. Pero me lancé como loco a trabajar con los libros y, poco a poco, y debido también a que De Gaulle hizo que el español ocupara en la enseñanza francesa el lugar que había venido ocupando el alemán, empecé a comprar y vender libros. Los traíamos de América, de México, de Chile, de Buenos Aires, y se vendían enseguida. La librería poquito a poco fue subiendo hasta que un día tuve ya posibilidades de alquilar ya por mi cuenta un local en la rue Mazarine. Allí hice un poco de dinero que me permitió al cabo de un año trasladarme aquí, a la rue de Seine, en el año 48.

“Para hacer estas cosas hay que ser un poco Quijote”

Tanto tiempo viviendo en París,
¿eso le hace sentirse más parisino que español?
Hay una frase de Machado que yo he recogido en mi libro, que dice:
«Mi patria es la tierra que yo labro, no la tierra que yo piso». Yo estoy aquí labrando por España desde que pasé la frontera.
España es mi Patria porque es mi cultura, porque es mi vocación, ¿comprende? Tengo dos hijos que han nacido aquí, pero se sienten más españoles que franceses. Nosotros no tenemos problemas de esta índole. Cuando usted posee la cultura no hay dilema. Un afrancesado, ¿qué quiere decir afrancesado? Cuando yo voy a España me dicen que yo hablo mejor el español que muchos españoles. Y mis hijos hablan el español tan bien como yo. Yo vivo lo español al día. Yo leo la prensa española diariamente. Leo La Vanguardia, el ABC, El País, todo lo que cae en mis manos. Y estoy al corriente de todo lo que se crea desde el punto de vista editorial no solamente en España, también en América Latina. Porque nosotros fuimos los proveedores de toda la cultura española que se producía hace años en Buenos Aires y en México y en Chile. Somos una isla hispana en París. Aquí hemos funcionado siempre junto a España y junto a América Latina.

Y por esta isla habrán pasado muchos españoles y latinoamericanos a lo largo de todos estos años.
La librería ha funcionado como un centro de documentación para facilitar los estudios hispánicos en Francia. Tenemos una gran vinculación con los hispanistas franceses, que son gente que quieren a España tanto como los españoles. Por ejemplo, yo he editado dos o tres cosas de Marcel Bataillon. Venía a menudo a verme aquí. Y he visitado a Sarrail, he tenido amistad con Cassou.
Para mí, mi Patria ha sido también esta gente, porque eran los hispanistas que se interesaban por lo que era para mí lo fundamental de nuestra manera de ser, la cultura.
No es la biología lo que hace la Patria sino que es la mentalidad y la cultura. Y, claro, alrededor de la librería siempre ha habido la simpatía del exilio.

De la fortísima emigración económica de los años sesenta, que salieron de España en condiciones culturales muy endebles,
¿en qué medida ese tipo de emigrante se ha acercado a la Librería Española?
Son los hijos de esa emigración los que se han acercado aquí. Los padres no eran muy ilustrados. Veo mucha gente, jóvenes, que vienen de las escuelas que tienen aquí los españoles a buscar libros de Lengua Española, textos de enseñanza, gramáticas, métodos y cosas así. Pero yo no he tenido mucha relación con esos emigrados porque, claro, no se puede improvisar la cultura. Para la cultura hay que tener tiempo de ocio. La emigración económica de esos años vino aquí en condiciones muy duras.

Usted también es editor
Empecé mi actividad editorial lanzando la Historia de España de Pierre Vilar, y seguí con toda una serie de textos históricos. Yo sentí como todo el mundo esa especie de falta de lógica en la historia divulgada en aquellos años en España. Eso me llevó a aportar otro tipo de textos. Así edité la Historia del siglo XIX de Tuñón de Lara, y más tarde, la del XX, y además publiqué las memorias de Zugazagoitia. Yo viajé a México para encontrarme con el hijo de Zuga. La última carta que escribió Zugazagoitia desde el penal la dirigió a su hijo. Durante la Guerra Civil Zugazagoitia era corresponsal de La Nación de Buenos Aires. Enviaba crónicas con las que editaron en Buenos Aires un tomo de La guerra de España. A partir de ese manuscrito, pero añadiéndole lo que me dio su familia, un buen número de anotaciones, yo edité el año 1968, prologada por Roberto Mesa, la obra Guerra y vicisitudes de los españoles. El cambio de título fue convenido con la familia de Zuga, porque el título de «historia...» creíamos que no correspondía al contenido de la obra. Hicimos cinco ediciones.

Para Antonio Soriano lo que define la patria es la mentalidad y la cultura.

Para terminar, quiero preguntarle ahora que se habla tanto del auge de la xenofobia en algunos países europeos, Francia entre ellos, si percibe sentimientos de xenofobia o discriminaciones hacia los españoles que residen en Francia.
Aquí no hay problema. Por lo que a mí se refiere yo nunca me he sentido discriminado. El francés, si tú empiezas por respetar su forma de ser, que no es como la nuestra, él te respeta. Yo tengo aquí amigos estupendos. La gente que viene a la librería tiene adoración por España y los españoles que vienen están aquí como en su casa. Ahora, si usted va a pedirles algo a título de mendicidad y todo eso, entonces la cosa cambia porque aquí son muy agarrados. Los españoles somos muy generosos. Éste es un país que está más rodado. Ya saben que la generosidad no conduce a ninguna parte. Están de vuelta de eso.

¿Considera a los españoles más inexpertos que a los franceses?
En general, no. A mí lo que me encanta del español es que es el hombre de más ilusiones del mundo. España es el país con más perspectivas. Es fantástico. Somos un país joven, optimista. Los españoles dan los pasos de nuestro tiempo con una alegría que no se encuentra en otros sitios. Aquí, la gente se encierra para hacer esto o lo otro. España es un país que tiene una experiencia muy dura, pero esta experiencia le ha dado una serenidad para saber lo que no hay que hacer y lo que se puede hacer. Yo creo que el español está hoy en una buena escuela, porque sabe que se puede hacer todo menos volver a las querellas intestinas, a los enfrentamientos, a la miseria moral y económica.

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